Almendras Confitadas

by Rodrigo Muñoz Cazaux
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En mi boca la almendra confitada ya había perdido toda su dulzura, pero todavía no se dejaba conquistar plenamente, aún esa coraza blanca sin sabor resguardaba el blando corazón de semilla segundos antes de la destrucción total, aplastada por mis inmisericordes muelas.

Era el domingo del mes que mi papá me sacaba a ver películas. Después del cine siempre íbamos al Max Beef y nos tomábamos un batido; yo siempre pedía el de frutilla. Además este era el último domingo del verano y al día siguiente comenzaban las clases. Mi papá siempre elegía los programas dobles porque así nos gastábamos toda la tarde en una sola cosa. Mi papá no era muy creativo a la hora de planear actividades, pero desde que dejó de vivir con nosotros no lo veía mucho y a pesar que nunca nos dedicábamos a conversar, él sólo estar sentados los dos en medio de la oscuridad de una sala de cine nos era suficiente. Algo que a mi mamá le parecía incomprensible, los dos sentados viendo algo en silencio a ella no le parecía un panorama familiar, pero bueno, por algo fue que se separaron.

Un par de semanas atrás, cuando veníamos de vuelta del Quisco después de pasar con mi mamá una semana apretados en una pieza en la casa que la tía Claudia había arrendado para disfrutar “aunque sea un poco” de la playa, le había preguntado en el tedio caluroso, justo antes del peaje de ingreso a Santiago, por qué se había separado de mi papá. Ella se quedó callada por unos segundos y tratando de hablar sin que nadie más en el bus pudiese oírla me dijo que no lo entendería, que quizás cuando fuese grande me diría.

En la pantalla, Atreyu está llorando por su caballo muerto y yo me pregunto si podría ocurrir algo que me impidiese llegar a ser grande y a no vivir todas las cosas que se me han ido prometiendo en la vida que ocurrirán cuando sea grande; como entender la política, los fuera de juego en el fútbol o por qué las niñas lloran mucho de vez en cuando sin tener una razón aparente. Lo que ahora entiendo es que la almendra confitada no tiene ninguna gracia una vez que le sacas todo lo dulce y llegas a la semilla, la muerdes y a veces te sale más amarga de lo medianamente recomendable. A lo mejor ser grande es darse cuenta que en el fondo nada es tan dulce.

Trato de disimular la pena por la película y me meto otra almendra confitada. Mi papá me dice que tiene que hacer una llamada y ya vuelve. Ha estado extraño todo el día. No llegó en su Renoleta a buscarme, así que nos fuimos en micro hasta el cine. Durante todo el trayecto casi ni habló, solo respondía escuetamente las preguntas ocasionales que yo le hacía. Ya es la tercera vez que sale a hacer una llamada en medio de la función.

El día que se fue de la casa estaba nublado, yo fui al colegio y cuando volví su mitad del closet estaba vacía. También se había llevado la caja de madera que le había pintado para un día del padre y que él usaba para guardar sus discos, aunque sólo le cupieran 10 singles. Él colocó los diez que le gustaban más y de vez en cuando los escuchaba mientras leía el diario. A mi mamá le gustaba más la música en cassette. Ella tenía una radio chica que enchufaba en la cocina mientras hacía la comida y ponía sus canciones románticas. Quizás eso fue la razón por qué se separaron, porque mi papá nunca hizo nada de esas cosas de las que hablaban las canciones que le gustaban a mi mamá. Más allá de que mi mamá estaba más silenciosa que de costumbre y que tampoco estaba el tocadiscos en el living, el resto de la casa seguía normal. Esa noche, cuando me fui a acostar, me sentí por primera vez sin papá, no era la primera vez que él no se despedía de mí al acostarse ni me daba las buenas noches, pero fue la primera vez que me di cuenta que ya no habría más buenas noches de parte de él.

Mis papás no se hablaron por harto tiempo hasta que un día en la casa de la abuela, para su cumpleaños, apareció mi papá. Mi abuela había organizado todo para que mi papá pudiera verme y a la vez mi mamá no pudiera enojarse porque nadie se enoja con la cumpleañera. Así que ahí hablaron y se pusieron de acuerdo en que yo saliera una vez al mes con él y otras cosas más que, como siempre, no eran para niños sino cosas de grandes.

La primera película estaba a punto de terminar cuando mi papá llegó muy enojado de su llamada, se sentó a mi lado y se metió a la boca una de las últimas almendras confitadas. Me habría gustado poder verle la cara para saber que le molestaba tanto, por como hurgó la bolsa de papel con las almendras me di cuenta que estaba realmente molesto.

El mes anterior habíamos visto un programa doble de artes marciales, a mi papá le gustaba mucho Bruce Lee. La verdad es que a mí no me entretenía mucho, pero me gustó verlo disfrutar como niño chico. Fue casi tan divertido como cuando vimos Flash Gordon, esa vez no era programa doble pero la vimos 3 veces seguidas en el rotativo. Llegamos de noche a la casa y mi mamá nos estaba esperando en la puerta con su infaltable cigarrillo en la mano. Estuvieron a punto de empezar a discutir pero no pudieron, se nos notaba mucho la cara de contentos.

Vimos la segunda película en silencio, era entretenida. Unos tipos que andaban detrás de unos fantasmas de goma, no la entendí mucho porque estaba en inglés y las letras apenas se veían, además que no alcanzo a leer tan rápido, pero igual estuvo bien. Salimos del cine y tomamos la micro de vuelta a la casa. En el trayecto, mi papá me miraba con ojos de peluche nuevo, entre brillosos y falsos, no sabría como describirlos. Me pidió disculpas por no haberme comprado el batido de frutilla en el Max Beef porque andaba con problemas de plata. Trató de explicarme algo de unos dólares y que un negocio no había dado buenos resultados y que quizás tendría que irse por un tiempo, unas semanitas a lo sumo.

Cuando llegamos a la casa, mi mamá me esperaba con un vaso de leche fría y un pan con palta; tenía los ojos hinchados, no me quiso decir por qué. Mi papá se tomó un café mientras me comía el pan y al irse me pidió que lo acompañara hasta la reja. Allí me abrazó con fuerza y me dio un beso. Mi papá pocas veces me daba un beso, normalmente para los cumpleaños, el día del padre o la pascua, para despedirse normalmente solo me desordenaba el pelo y me hacía un gesto con la mano. Esta vez fue muy efusivo, me dijo que me cuidara y que fuera un buen hijo con mi mamá. Se fue caminando con la cabeza gacha por el pasaje de mi casa hacia la calle en donde tenía que tomar la micro, yo me quedé mirándolo un rato a ver si se daba vuelta pero no levantó la vista del pavimento más que para evitar chocar con un poste. Al llegar a la esquina dobló hacia la derecha y no lo vi más.

Las semanitas se fueron estirando y al poco tiempo se volvieron meses y los meses en un año y luego dos y luego más. Mi mamá comenzó a salir con un amigo suyo que tenía un Charade y tiempo después nos fuimos a vivir a su casa. Él tenía una maquinita que se llamaba Betamax que se enchufaba a la tele, así que en vez de ir a los programas dobles del centro los domingos, el amigo de mi mamá metía un cassette grande y gordo al Betamax y veíamos películas. Tenía sentido, a mi mamá siempre le gustaron más los cassettes. Nunca entendí como era que se podía grabar una película para verla en la tele, de seguro era una de esas cosas que entendería cuando fuese grande.

 

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Diario el Pilín | Diario Paranóico 01/01/2016 - 12:14 pm

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