Un barco en la azotea, la intuición de Godard, los gif animados y la huída de Cary Grant

by Butaca Martínez
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Cuando se recuerda una película, no se rememora las dos horas de metraje, sino que apenas una imagen, una atmósfera, una melodía, o en el mejor de los casos, una escena. Ocurre entonces que para ponernos de acuerdo con otras personas sobre qué estamos hablando, llegamos a recuerdos en común, van entonces destacándose elementos por sobre otros y culturalmente se va determinando, en un ejercicio sin acabar, una iconografía en torno a una obra. Pongo el ejemplo esta vez del film de Jim Jarmush: «El camino del samurai». Cada vez que hablo de esta película, todos concuerdan en lo memorable que es la escena sobre la construcción de un barco de madera en el techo de un edificio y el curioso diálogo trilingüe (español, inglés, francés).

Al mañoso, pretencioso y resistente director francés Jean-Luc Godard le fue encomendada, en la década de los ’90, realizar la ambiciosa tarea de crear una «Historia del Cine» para la televisión, debido a que se cumplirían los 100 años desde la primera proyección de los hermanos Lumiére; él fue el escogido principalmente porque su filmografía aparece en la mitad de esta Historia, podría entonces ojear hacia atrás y hacia adelante con el respaldo de ser un director ya inscrito en los libros y sumarle su mirada crítica y vanguardista. El resultado entregado por Godard es tal vez uno de sus trabajos más osados, proféticos y agotadores. Godard propone en sus «Histoire(s) du cinéma» lo que seguramente no le encargaron, pues en lugar de hacer una narración cronológica o una exposición por géneros y tendencias, escuchamos su voz leyendo a diversos autores o pensamientos propios mientras recibimos una mezcla de imágenes y sonidos de diversas películas y eventos del siglo XX. Es así como pasamos del vestido de Marilyn a los pasos de Elvis, reconociendo en aquellas imágenes y sonidos una era completa. Godard intuye que lo que irá quedando luego de años de Cine serán sólo algunas imágenes sueltas. Podríamos recordar las secuencias de King Kong encaramado en el Empire State, Clark Gable besando a Vivien Leigh y John Travolta bailando onda disco, aunque ni siquiera sepamos de que películas se trata.

Una sonrisa, una mirada, un gesto, un momento en un lugar determinado con una luz particular es algo único y ahí aparece la magia del Cine, grabar lo irrepetible y jugar a inmortalizarlo, el registro cinematográfico permite que lo fugaz sea eterno. Querer revivir el milagro genera que queramos ver algo repetidas veces, revisar, buscar detalles, guardar ese momento para siempre. La tecnología hoy lo permite de manera fácil y accesible, ese es el poder y nueva fama del GIF (Graphics Interchange Format), un formato creado en 1987 con el que se podían guardar imágenes y animaciones, en su época fue muy valioso por su capacidad de compresión, pero luego su fama decayó a medida que los computadores se hicieron más poderosos. Hace pocos años, el GIF ha vuelto a reflotar, principalmente por las animaciones, donde en algunos segundos se pueden ver imágenes en movimiento. La web está llena de costalazos, goles y muecas, grabadas en televisión, en registros caseros o en películas. Podemos ver hasta aburrirnos como Marlon Brando recoge un guante, como respira Totoro o como Anita Ekberg expulsa el humo de su cigarro. Todos esos lapsus siguen ahí latentes viviendo su eterno retorno en unos bites, esperando a que nuestra emoción reviva cuantas veces queramos.
En la película «Arizona Dream» de Emir Kusturica hay una escena en que distintas personas exponen sus talentos; sobre el escenario, uno de los personajes imita paso a paso la escena en que Cary Grant evade como puede un avión en «North by Northwest». Kusturica nos muestra en paralelo los movimientos, gestos y emociones que Cary Grant y el imitador realizan. La escena es hilarante y devela la belleza de la copia, de querer repetir lo que quedó ahí para siempre y no podrá jamás volver a ser, porque Cary Grant y Hitchcock murieron y ese tipo de cine también. Tal vez es lo que quiso decir Gus Van Sant con su remake fotocopiado de Psicosis. Esa constante preocupación que la industria del cine tiene por la reinvención no es más que la desesperación operativa de aplastar el recuerdo anterior con uno nuevo.

Así como en «Arizona dream», el rescate de las malas escenas de Lugosi en «Ed Wood» o el emular una de las escenas finales de «Nosferatu» en «La sombra del vampiro», por nombrar algunos ejemplos, nos deleitan con la evocación, palabra que resume lo que insinuaba Godard, lo que esconden los gif y el goce por aquella escena de Jarmush .
Luego de todo este divagar en torno a lo memorable, puede que lo único que recuerden sea la imagen de un barco construyéndose en una azotea; y quizás si tenga que ver con la evocación y nuestra labor espectadora, observar esas embarcaciones absurdas desde la Babel de la imagen y así volver a darle sentido al edificio. A disfrutar entonces la hermandad de los instantes, la ramificación de los recuerdos, la finitud que trasciende.

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Artículo aparecido originalmente en la Revista Operación Marte #1

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