Goran Bregovic en Parque La Bandera

by Hipoceronte
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19/01/2008
Parque La Bandera de San Ramón
Coro Concierto Goran Bregovic & Wedding and Funeral Orchestra con la Orquesta Filarmónica de Santiago y el Coro del Teatro Municipal de Santiago
Festival Teatro a Mil

El relato siguiente está construido sobre recuerdos sueltos de uno de mis conciertos favoritos. Aquella noche gitana el público bailó, saltó y se estremeció con uno de los lenguajes más honestos creado por los pueblos: la música.

El Festival de teatro a Mil tuvo la ocurrencia para su versión 2008 de realizar tres conciertos con la orquesta de Goran Bregovic, el músico bosnio reconocido principalmente por las bandas sonoras de las primeras y más reconocidas películas de Emir Kusturica. Es justamente con estas obras que su música comenzó a escucharse en fiestas juveniles, principalmente universitarias, los bailes gitanos crearon una masa no despreciable de fanáticos de estos ritmos.
Un concierto gratuito de tal envergadura musical, hizo que muchos llegáramos temprano aquel sábado al Parque La Bandera de San Ramón, lugar donde a fines de los 80s se hicieron los emblemáticos conciertos de Inti-Illimani e Illapu en la campaña del No. Mientras se preparaba el escenario, el lugar era ocupado por los vecinos que al parecer iban regularmente ahí cada sábado, padres jugaban con sus hijos pequeños, se capeaba el sol y al parecer muchos no sospechaban el show que se avecinaba. De a poco fue llegando un público entusiasta, con ellos los vendedores ambulantes, sobretodo de cerveza, refresco que ayudó a aplacar la espera y el calor.

Había llegado ya la noticia de una increíble fiesta que se había provocado días antes en Cartagena con este espectáculo, por lo que se sentía la ansiedad en el ambiente. Poco antes de esconderse el sol ya había una cantidad considerable de gente en el parque. El coro y la filarmónica comienzan a sonar. Luego de una introducción, suenan bronces en medio de los asistentes, quienes voltean a buscar el origen sonoro, los músicos avanzan hasta subir al escenario en medio de la euforia. Minutos más tarde el creador Goran Bregovic aparece de un blanco impecable.
Suena «So nevo si» y quienes no conocían a la banda rápidamente se conectan con el entusiasmo general. Bregovic es carismático, sentado con su guitarra alienta a la banda y al heterógeneo público. A su mano derecha está sentado con la percusión y el acordeón un flaco rubio de pelo largo que se lleva los suspiros de las chiquillas.
Como se puede apreciar en varios videos de mala calidad en youtube (aún no era época de super celulares), muchos temas tienen un ritmo frenético, «Gas gas» es adrenalina pura, las latas de cerveza siguen apareciendo y el público baila y salta descontrolado. Se oscurece y el escenario ilumina la noche y las sonrisas, en medio del alboroto surgen a ratos temas tranquilos, solemnes, que envuelven nuestra humanidad y es así como aparece una de las imágenes más bellas que tengo de un concierto: mientras sonaba «Te kuravle» el rostro silencioso de jóvenes, ancianos, infantes, estudiantes, trabajadores y cesantes, es de plena alegría, una alegría real, instantánea, frente a la belleza indiscutible de la música. Un respeto emotivo ante la evocación del dolor y a una nostalgia balcánica que de alguna forma se conecta a este otro tercer mundo. Luego de una cadena de aplausos a los asistentes nos cruza la idea efímera de poder hallar algo de felicidad con lo poco que tenemos en esta tierra de injusticias y desastres.

Lo que presenciamos debe ser tan impactante como lo que ve la banda desde el escenario. La recepción del público luego de volver al escándalo, es eufórica. Los oyentes agradecen con alevosía, así como Bregovic va entregando billetes a los músicos siguiendo sus tradiciones, el saxofonista se luce con su virtuosismo y es conmovedor lo que provocan las voces del excelente coro femenino. El concierto es ya inolvidable. Hay ebriedad en el ambiente, pero no tiene que ver sólo con la abundancia de alcohol, sino que con la dicha de presenciar un espectáculo que aflora emotividad.
Van cerca de dos horas y media, «Kalashnikov» demuestra la necesidad del caos, nadie se quiere ir. «A la carga» grita el público en un juego verbal con la banda. La noche es bella en San Ramón. El pueblo es bello en su honesto goce.
Al día siguiente tuve la oportunidad de presenciar el mismo show de Bregovic en el Parque Araucano de Las Condes y a pesar de existir la misma calidad musical e interpretativa, no fue lo mismo. La sinergia con el público había sido parte fundamental en la presentación popular.
He ido a muchos conciertos y este es sin duda uno de mis favoritos, abrazado a mis amigos, saltando, bailando, cantando, riendo y llorando. Y me conmueve saber que muchos lo vivieron como yo, aunque algunos hayan llegado sin querer y sin saber siquiera quienes estaban arriba del escenario.
Mi recuerdo acaba con la imagen de la gente buscando locomoción para ir a su hogar o continuar el carrete en otro lado, y entremedio de aquel gentío aparece un hombre con las ropas desastradas, seguramente un mendigo, quien seguía bailando y cantando en un gitano chapurreado, para él el concierto nunca se acabó, al igual que para muchos de quienes tuvimos la suerte de asistir aquella vez y dejar que la música nos refrescara el corazón.

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