No hay forma de salvarse de la fantasía y no hay cómo huir de la música. “Porque demasiado no es suficiente. Mi historia de amor con Suede”. Comentarios al libro de Mariana Enríquez.

by Sandra Vera
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Empecé este libro sin haber leído nunca a Mariana Enríquez y, prácticamente, sin conocer a Suede. Son dos datos que me parecen importantes de dar, aunque me hagan pasar vergüenza, pues sigo considerando curioso que el tema del libro me haya llamado tanto la atención. Este título llega a mí como un regalo, probablemente por haber vociferado que me resultaba atractivo leer sobre la experiencia fan que una persona tuviera sobre cualquier artista o banda. Me intrigaba que alguien pudiera escribir un libro completo sobre eso.

Lo primero que me fascinó del libro fue descubrir rápidamente que ella (Mariana) no quiere lucirse como la melómana matea que es. Sino que quiere hablar de la experiencia de fan como la de alguien que se enamora y, por lo tanto, fantasea. Es un tipo de amor romántico con todo lo imaginario e inverosímil que tiene eso. Y se lanza de inmediato dando cuenta de la experiencia corporal de la música. Cuenta con rencor cómo fue ninguneada por el periodismo musical masculino del rock, pues a ella -tan libre- le hablaban de un cantante y respondía cosas como “ay, lo amo!”, recibiendo las correcciones y desprecios de quienes eran sus colegas: “Mariana, hay que hablar de la música”… no de lo otro. Pues bien, Mariana por fin descarga toda su venganza en este libro y así empieza. ¿Qué es la música? ¿Cómo se vive la música? Y nos demostrará de muchas maneras que…es como el amor romántico. Con la gran ventaja que ese miedo de aburrir a las personas por la fijación con el objeto de deseo (o derechamente ser considerada loca), en la música una se encuentra con la posibilidad de generar una comunidad: el fandom. Sobre lo inefable, lo apasionado y lo fantasioso de ser una fan es de lo que se trata este libro. Mariana, como parte de su venganza, deja claro que los colegas varones con los que se relacionó pretendían parecer los que entendían en serio la música y hablaban de esta como quien se refiere “a motores de auto”, como si el cuerpo no estuviera implicado en la música, como si pudiera decirse algo sin considerar lo sensorial, como si la música existiera para una cosa distinta que provocar algo en la carne. Esto último, dice Mariana, es obvio para los artistas, pero periodistas, sociólogos e historiadores se han esforzado por esa impostura de “enfriar” el análisis para poder escribir y hablarlo. Dice Enríquez: “hay una experiencia de drama, sexualidad y dolor” que se vincularía a una experiencia “estrafalaria” vivida más bien por las mujeres (pg. 38). Cuando iba leyendo estos comentarios iniciales de Mariana, que me iban dejando claro por donde iba el tono de esta inesperada lectura, me acordé de la primera noticia que tuve (cuando niña) de una banda llamada “The Beatles”. Alguien me dijo que “las mujeres tenían orgasmos en sus conciertos, está comprobado”. Ni siquiera sé si yo conocía la palabra “orgasmo”, pero me llevó a investigar al respecto. Es difícil lo de “está comprobado”, pero creo que lo que me querían decir era algo obvio: que hay un nivel de implicación corporal que se puede dar en la música, especialmente en un concierto, que te atrapa toda. Siempre es más fácil usar el chivo expiatorio de “a las mujeres”, pero le pasa a todo el mundo. Si no, nadie gastaría plata para ir a un concierto si puedes escuchar lo mismo en tu casa. En este espíritu, Mariana nos enseña sobre la mitología griega y romana al respecto. Hay mil antecedentes antropológicos para esto. Los favoritos de Mariana son los que contienen experiencias más gore de las fans… la voracidad, comerse a los artistas, que te pillen lamiéndote la sangre alrededor de la boca después de un evento masivo… (¡es que demasiado no es suficiente!)

Con esta predisposición, entonces, Mariana nos abre a su mundo Suede. Nos va contando lo que siente cuando escucha las canciones y nos sumerge en su imaginación y ensueño en la interpretación de las letras. Involucra las intenciones y motivaciones del letrista en sus fantasías. “Breakdown” sería la pena de amor cuando Damon Albarn (lo odiamos) se empareja con la novia de Brett Anderson (Justine Frischmann, vocalista de la banda “Elastica”). Se supone que es sobre drogas, pero en realidad “es sobre no darse cuenta si el amor es amor por estar drogado o por ser medio tonto” (pg. 26). Para “The Wild Ones” Mariana comete una osadía maravillosa en su ejercicio fantasioso. Pasa que, a la mañana siguiente de una noche de pasión, un hombre en una habitación mira a su amante en la cama y se imagina proponerle no ir a trabajar ese día, no comer, desconectar los teléfonos, quedarse juntos indefinidamente no más. Vamos, dale…Pero es un imposible. De hecho, la otra persona ni se entera de todos los rollos que se pasó el protagonista soñador. Existió esa posibilidad de ser salvajes. Es hermoso. Es un instante. Es inviable. Hay que volver a la normalidad. Pero en menos de un minuto alguien tuvo esa imagen mirando despertar al otro. Y quiere dejar registro de ese absurdo.

oh if you stay

I’ll chase the rain blown fields away

We’ll shine like the morning

and sin in the sun

Oh if you stay

We’ll be the wild ones

running with the dogs today

La canción efectivamente dice mucho de lo señalado anteriormente, pero la verdad, es que es bastante una escena inventada por Mariana que hizo posible que ella amara esa canción. Y así pasa con muchas otras. Ella las completa, como siempre solemos hacerlo.

Me acordé de una canción de Mauricio Redolés que se llama “Canción pa’ la más chiquitita de todas”. La canción se trata de dos personas que se estaban gustando mucho, a un pelo de enamorarse sin plazos. Pero llegó el golpe militar en Chile, y una dictadura les obligó a irse al exilio. Los casi enamorados quedaron en dos países distintos. Y él la recuerda resignado, sufriendo y diciéndole “quizás esta ola nunca llegue a tus playas, y yo océano me muera de mis patrias de mis rabias”. La utopía más bella es imaginar el tiempo en que será posible concretar “un camino abrazadito de tu casa hasta mi casa”. Encuentro terrible lo que le pasó a esa pareja. Bueno, el asunto es que en un concierto de Redolés al que fui, él cuenta de qué se trata la canción y no tenía NADA que ver con lo que acabo de relatar. Pero yo defiendo mi relato y ahora más, porque Mariana me habilita. Ella estaría de acuerdo. Es más, Mariana dice impúdicamente: “que los artistas sepan de qué se tratan sus canciones es dudoso” (pg. 42). De las licencias que nos tomamos las fans se trata en gran parte este libro. De la potencia creativa que abre la condición de fan. Es algo de lo que poco se ha hablado, y es justo lo que hace Mariana todo el rato en este libro. Y por eso es una obra hermosa. No es ponerse en modo competencia de quién sabe más del artista en cuestión (aunque reconoce su rencor con las fans jóvenes por lo atrevidas de creerse en igualdad de condiciones con las fans viejas de Suede). Nos habla de todos los discos de Suede pero con un sentido experiencial que nos sumerge en la creación musical de una banda. Al menos yo, nunca había leído algo así antes. Es un regalo preciosísimo que ella nos da. Fue como estar una semana completa en conciertos de Suede, porque por supuesto dan ganas de ir escuchando todas las canciones.

Me gusta mucho que de manera muy natural empecemos en los 20 años de Mariana y terminemos en los 50. Con Suede de fondo pero protagonizado por una mujer a la que probablemente ridiculizaron más de una vez, y ahora se muestra orgullosa con sus periplos de fanática, con sus rutas obsesivas e insistentes. A lo largo del libro hay relatos que me hicieron mucho reír, pues ella describe situaciones en que creo que también se ríe un poco de ella misma. Como cuando confiesa que se quedó mucho rato fingiendo bajar una escalera porque sabía que pasaría Brett Anderson por ahí y necesitaba decirle algo. O su fascinación por Neil Codling, que le hizo salir un par de torpezas cuando logra estar cerca de él y después tiene el típico remate de enamorada: “ay qué vergüenza, le hablé cosas tan tontas”. Es notable como bajo el pretexto de una canción (“Europa is our playground”) da cuenta del sentimiento de inferioridad que las personas de Latinoamérica no nos podemos sacar de encima frente a Europa. Ni viviendo allá, ni emparejándose con europeos, ni siendo una escritora top a nivel internacional.

Al finalizar del libro (no voy a contar, no se preocupen) ella cuenta un secreto detrás de una imagen. Un secreto que me hizo llorar. Mariana Enríquez, escritora que tiene su propio fandom y lo sabe, nos muestra su vulnerabilidad y deja tan claro lo asimétrica que es la relación de una fan con sus ídolos (más aún si son europeos). Hasta su baja estatura la saca a colación para que quede claro los disminuida que está. No hay mala intención de nadie, pero es muy triste. Podría haberse guardado el relato para no exponer su fragilidad, o para que la historia termine con una imagen épica en que ella resulta ganadora. Pero ella prefirió mostrar su corazón roto. Creo que es un cierre excelente para que quede claro que esta era una historia de amor…y desamor.

PS1: Una de las preocupaciones con las que quedé, es que algún integrante de Suede se podría molestar por algunas cosas que dice este libro. Que se sepa que por acá ganó una nueva fan con todas las inclinaciones obsesivas e invasivas a las que invita Mariana.

PS2: A pesar de que ella nos comparte su enamoramiento por el niño inmóvil (Neil), es tan magnífica la descripción que hace de Brett Anderson que yo quedé perdidamente enamorada de él. Qué rabia, qué placer.

 

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1 comment

Sandra Vera 20/03/2024 - 7:59 pm

Muchas gracias por tus comentarios!! Me alegra que te haya gustado :)

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