Estados Unidos, la guerra y la paz, la reconstrucción histórica y los 33 mineros bajo tierra.

by Butaca Martínez
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1.-Productores de cine hollywoodenses van a Francia a comprar los derechos de la historia sobre una pareja que participó en la Resistencia Francesa. Mientras arreglan el contrato con la hija de éstos, un productor le explica que el guión lo hará un americano, ella le pregunta ¿Qué americano? ¿Un Sudamericano? Él le responde que se refiere obviamente a los Estados Unidos. Ella le replica que los estados de Brasil también son unidos y ellos se llaman brasileños, él le explica que se refiere a los Estados Unidos de Norteamérica, entonces ella vuelve a insistir que México son estados unidos y están en Norteamérica y que ellos se llaman mexicanos y en Canadá, canadienses. Finalmente ella le pregunta a cuáles estados unidos se refieren. El productor le responde que los Estados Unidos del Norte. Ella consulta ¿Cómo se llaman los habitantes de ese país? Para luego enrostrarles que ellos no tienen un nombre y que aquel guionista pertenece a un país cuyos habitantes no tienen nombre y es por eso que necesitan historias de otros, leyendas de otros, pues no tienen nada original. Esta escena aparecida en “Éloge de l’amour” (2001) del director francés Jean-Luc Godard, resume la relación de USA con el mundo, la colonización cultural y su siempre creciente y agotada industria de la narración.

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Team America: World Police (2004) de Trey Parker

2.-En 1956 Hollywood, en una coproducción con Italia, realizó una versión cinematográfica del famoso libro de Leon Tolstoi: La guerra y la Paz. En tres horas y media podemos ver a Henry Fonda y Audrey Hepburn desfilar por los decorados de una parte de la historia rusa en un trabajo dirigido por King Vidor. En plena guerra fría, los soviéticos acudieron con entusiasmo a las salas, pero en el fondo y a la larga, no soportaron tal desvergonzada herejía ante uno de sus íconos literarios y, al igual que la carrera especial, comienza una tácita competencia sobre el potencial económico y creativo. Los soviéticos se proponen realizar su propia adaptación del libro de forma monumental, sin escatimar en recursos económicos ni humanos, logrando crear la película más cara de la historia del Cine, con decenas de miles de extras, con los museos cediendo sus trajes y objetos, con los edificios y salones del Estado a disposición de la producción y una partitura colosal, 7 horas divididas en 4 partes, estrenadas a fines de los ‘60s y en la opinión de muchos, incluyendo la mía, una de las mejores películas que existe y que deja a la versión de 1956 como un bosquejo de trazos gruesos. Este ejemplo, extremo por su contexto histórico, que implica además una batalla de producción artística, revela la importancia en el diálogo de discursos audiovisuales. Ver ambos trabajos genera la tensión del “como me ven” y el “como me veo a mí mismo” y es muy probable que la aproximación a la verdad sea una conjunción de ambas. ¿Por qué los rusos no se conformaron con ser la cuna del libro? ¿Con cuál versión se sintió más identificada la población rusa?

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Voyna i mir (1966) de Sergey Bondarchuk

3.-La industria cinematográfica estadounidense ha logrado contar prácticamente toda su Historia, su Independencia, sus guerras, la caída de sus torres, sus gobiernos, los viajes al espacio, sus íconos, sus deportes, su ambición, su presente; se han propuesto ser la ventana del mundo y eso los llevó a mostrarnos la revolución francesa, rusa y mexicana, las dictaduras latinoamericanas y africanas. Su industria incombustible llega a alimentarse de sí misma y no sólo sigue referenciando y parodiando sus propias películas, sino que también logra cuestionar su propia Historia llegando a un estado de reinvención ética, buenos ejemplos populares son algunas de las últimas películas de Quentin Tarantino, Paul Thomas Anderson y David Fincher. Bien por el cine norteamericano, el cual sigue vivo reflejando los miedos de su sociedad, desde el eco de la Gran Depresión transmutado en el incontrolable “King Kong” (1933), hasta el enemigo interno y caótico que representaba el Joker en “The Dark knight” (2008) luego de la reciente Gran Recesión. Es finalmente una industria que conoce a su público alrededor del mundo, pues lo ha estado educando amarrado a sus butacas en estas últimas 4 décadas sin remordimientos, y le entregará el entretenimiento aristotélico que exigen con las historias que ellos escogen, con los estereotipos que ellos deciden y con las distribuidoras que ellos manejan. ¿Es necesario tener una industria del calibre de la norteamericana para armar un ideario audiovisual? ¿Se puede impactar a nivel local a pesar de una propuesta global? Para ellos ambas respuestas son positivas, pero nuevamente la pregunta rebota hacia nosotros los sudacas.

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Inglourious Basterds (2009) de Quentin Tarantino

4.-Hace un tiempo apareció el filme “Los 33” (2015), que narra el épico acontecimiento ocurrido en Chile el 2010 cuando 33 mineros quedaron atrapados a 700 metros de profundidad luego del derrumbe en una mina, tras la expectación de la prensa chilena e internacional, todos los mineros fueron rescatados luego de estar más de 2 meses bajo tierra. “The 33” fue dirigida por la mexicana Patricia Riggen, está filmada en Colombia y Chile y actúan estrellas como el español Antonio Banderas, la francesa Juliette Binoche y el brasileño Rodrigo Santoro, pero a fin de cuentas, y en esto no hay que engañarse, es una producción norteamericana. Independiente de la calidad técnica y artística, la pregunta que aparece en respuesta a las interrogantes expuestas en los párrafos anteriores es: ¿Por qué Chile no puede hacerse cargo audiovisualmente de su historia? Y extendiéndonos más ¿Por qué Latinoamérica no es capaz de hacerse cargo artísticamente de su Historia? Y la respuesta no tiene que ver necesariamente con la capacidad monetaria, que sin duda la industria norteamericana tiene para este tipo de películas de desastre, sino con la creencia de que ya está todo dicho, aunque sea dicho desde nuestra caricatura o invisibilidad, con una pizca de pintoresco para disimular la homogenización cultural. Un fenómeno similar ocurrió con la aparición de “Alive” (1993) que trata sobre la caída de un avión en Los Andes en 1972 donde viajaban rugbistas uruguayos y que hasta antes de su rescate tuvieron que alimentarse con la carne de sus compañeros muertos, “Alive” cuenta con el antecedente de la producción mexicana “Supervivientes de Los Andes” (1976) que es más modesta en producción y tal vez por lo mismo menos conocida. A la larga, es muy probable que muchos conozcan esta historia con la cara de Ethan Hawke y seguramente algo similar ocurrirá con el rostro de Antonio Banderas cuando piensen en la proeza de los 33 mineros. Es válido que ellos cuenten las historias que quieran, pagan por ello los derechos y a sus trabajadores, seguramente en cualquier lugar del mundo que sean exhibidas admirarán el coraje de los rugbistas uruguayos y la paciencia de los mineros chilenos. El dilema ocurre en que la industria norteamericana tiene su narración ya trabajada, estandarizada, sus códigos, sus tiempos y su idioma, y éstos son insertados en una historia que ocurrió en el tercer mundo con lógicas que va más allá de los paisajes y los hechos en sí. O sea, la historia podrá ser la misma, pero el cómo, los entramados simbólicos, los detalles aparentemente inocentes, lo que ocurrió antes y ocurrirá después del relato, es distinto.

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Afiche película mexicana «Supervivientes de los Andes» (1976)

5.-La historia de los mineros puede, como cualquier historia, contarse de mil maneras, ahondando en diversas aristas, pero hasta el momento sólo se contará de una manera, la manera que ya conocemos, porque sólo así se permite su existencia. ¿De qué forma la contaríamos nosotros como latinoamericanos? Ni siquiera se trata de mejor o peor, se trata de existir. Como latinoamericanos hemos visto en el Cine más veces a Lincoln que a Bolivar o San Martín, más navidades con nieve y fiestas de Halloween que procesiones a los santos. ¿Cuánto nos falta para llegar a cuestionar nuestra Historia si aún no contamos siquiera la versión oficial? ¿Es ese un proceso necesario o podríamos desde ya comenzar con el cuestionamiento y dejarle la oficialidad a los libros? ¿Qué será lo “oficial” en el futuro? ¿Es nuestra identidad necesaria? ¿Tenemos realmente otra forma de narrar lo acontecido? Todas son preguntas abiertas y lo alentador es que seguramente muchas respuestas están escondidas en las películas que aún no vemos, en las películas que aún no filmamos. Las pistas del camino a tomar están esperando ser halladas en el mismísimo Cine de los Estados Unidos de una América unida.

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«Historia de un oso» (2014) de Gabriel Osorio

Artículo aparecido originalmente en Operación Marte

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