Fui testigo

by Rodrigo Muñoz Cazaux
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Desde mi cómoda trinchera de telespectador fui testigo de sucesos formidables. Vi la caída del muro de Berlín, el atentado a las Torres Gemelas, el cambio de mando del 11 de marzo de 1990, la primera medalla de oro olímpico para Chile… y la segunda un día después, la primera Copa América, etc. Me habría encantado haber estado allí, ser testigo a ojo desnudo de un hecho histórico. Por eso, porque no quería estar fuera, me inscribí para ser apoderado de mesa por el Apruebo en este plebiscito del 25 de octubre de 2020, porque sentía que se venía un hecho histórico y quería verlo de cerca. Vi cosas emocionantes, abuelitos de más de 80 años que le agradecían con lágrimas en los ojos a los vocales por haber votado, una mujer que le pidió a los mismos vocales posar para una selfie porque había viajado desde Quilpué (estábamos en un local en La Florida) para poder votar donde le correspondía y había llegado sólo 10 minutos antes del cierre de la mesa, también vi un skinhead golpeando la urna tras emitir su voto y muchas cosas más. Lo conseguí, fui una gota más en la lluvia con que todos hicimos historia ese domingo.

Sin embargo, hubo algo que nos remeció a los que estábamos en aquella sala del tercer piso del colegio Las Lilas de La Florida, en el espacio asignado a la mesa de votación 26V del distrito San José de la Estrella. Eran cerca de las tres de la tarde y tras una fría, pero agitada mañana en donde se habían hechos largas filas de votantes, había algo de paz. Los votantes llegaban espaciados en cinco minutos aproximadamente, lo suficiente para poder hacerlo sin apuro, pero en un flujo constante. Por la puerta ingresa un hombre de unos 50 años, delgado, con jeans y zapatillas viejas y una polera con cuello que había pasado por mejores años. En sus brazos, literalmente en sus brazos, llevaba a una muchacha de unos 20 años. Al verlos todos comprendimos que la joven no estaba bien. Extremadamente delgada, su piel con ese tono blanquecino de alguien que no ha sido expuesta al sol por mucho tiempo, las venas visibles en los brazos y ojeras, una larga cabellera muy crespa y su brillante polera rosada eran las únicas señales de vitalidad en ella. El silencio que se formó en la sala indicaba esa comprensión tácita de que había algo especial en ellos. El hombre la baja de sus brazos y la joven se pone de pie, casi como flotando junto a él, una hojita que una breve brisa sacaría volando de este mundo en cualquier instante. Resoplando, el hombre dice la primera de dos frases que dirá en su breve paso por la sala de votación: «Ella no puede votar sola». Los vocales le explican todo el proceso para votación asistida, la muchacha asiente con la cabeza y sonríe, no lleva mascarilla. El padre resopla de cansado y se ve que está sudado, al parecer ha subido los tres pisos a pie. Le explico que hay un ascensor y como llegar a él, el hombre sonríe y dice la segunda frase: «Es que ella quería puro venir a votar.»

Entran a la cámara ya no tan secreta, porque en esta versión de plebiscito con covid-19 no hay cortinas. La muchacha marca las líneas necesarias en sus votos y el hombre le ayuda a doblarlos, ella intenta colocar los adhesivos para cerrarlos, pero no puede, es él quien termina, Con evidente cansancio ella da los pasos, apoyada en el hombro del caballero, hasta la mesa. Con dificultad por las manos temblorosas, introduce los votos en sus urnas respectivas y con una sonrisa le dice al hombre: «¿Viste? Por lo menos pude votar para que cuándo estés viejo…»

No termina lo que quiere decir, sus ojos se llenan de lágrimas, los ojos de su padre también. Nadie lo dijo, pero todos en la sala supimos lo que era, todos entendimos, todos vimos el gesto en la cara de la muchacha. Hay cosas que no pueden explicarse, solo son y se entienden sin necesidad de detallarlo. El viejo le acaricia la mejilla y salen caminando lentamente de la sala en donde estaba la mesa 26V de votación del Colegio Las Lilas, distrito de San José de la Estrella. Las gargantas de todos los que estábamos ahí se apretaron y entre ojos abrillantados por lágrimas que querían salir, agradecí el haber podido ser testigo directo de un hecho histórico.

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